Por Gloria Acevedo Toro
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Le pedí permiso para sentarme en el asiento de la ventana en alguna silla del autobús. Ella me miró con sus ojos tristes, se volteó y al fin me dio el permiso que solicité. Me echó otro vistazo y se quedó esperando una palabra mía de aliento que no salió. Luego en posición fetal, lloró y se tapó la cara con vergüenza. Quise preguntarle qué hora era, pero tampoco pude. Era ya la Estación Exposiciones del Metro. Al fin me sonrió, se secó las mejillas húmedas, y se bajó del bus, a reencontrarse con el destino.
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